Gran Canaria llegó a contar con 2.028, algunos de ellos de hasta 500 metros de longitud.
Su altura se mide boca abajo, hacia el interior de la tierra, con una longitud que no desmerece a la
de los espectaculares edificios que tocan los cielos. Son los pozos, de
los que hubo 2.028 en la isla. Algunos de ellos llegan a tener hasta 500
metros de profundidad.
Apenas quedan en funcionamiento unos
300 pozos, de los más de 2.000 que tuvo Gran Canaria en su apogeo. El
agua desalada o depurada, más barata y cuyas redes ya llegan a cualquier
parte, deja los pozos para los lugares más inaccesibles. Pero, ¿cómo se
llegó a estas asombrosas profundidades?
“Existía la oportunidad de expansionar la agricultura de exportación, pero no había agua. Dadas las expectativas de ganar dinero, la iniciativa privada, al contrario que en la Península, invirtió capital para conseguirla mediante captaciones subterráneas”, explica a La Provincia-DLP Fernando Ojeda, ingeniero industrial, experto en la historia del agua en Canarias y responsable de la planta desaladora de Juliano Bonny Gómez, SL. Los primeros pozos que surgen en torno a aquella capital grancanaria cada vez más seca, apenas un trípode con su polea, una soga y un balde, y asociados a un estanque, se van convirtiendo en sofisticados artilugios a los que se les incorpora una noria, o bien un malacate.
Cuando llega el XVIII la tierra está
en manos de unos pocos y, por consiguiente, el agua. Las guerras cortan
el flujo del comercio con América y los masivos cultivos de trigo y
cebada dan paso al millo y la hortaliza, que disparan el consumo. Ahora
se busca agua literalmente bajo las piedras, y con distintos sistemas,
como las minas que se ubican en los cauces de los barrancos resecos.
Un siglo después, con la Ley de
Puertos Francos de 1852 se inicia una época de exportación de plátano y
tomate. Gran Canaria tenía más tierras de regadío que el resto de
Canarias. Y a más cultivo más dificultades por la escasez. En 1863 hay
en Telde nueve pozos, el mayor de 31,2 metros. El incremento de las
explotaciones restringía el abasto a los hogares, y subía la salubridad
del agua.
En 1910 la droguería A. Espinosa, en
Triana, 29, anunciaba con cierta ingenuidad: “Resuelto el problema de
las aguas en Canarias. Usando el jabón Neptuno, único para lavar con agua salada”.
Pero ese mismo Puerto Franco que fomentó la exportación abrió la puerta a la más vanguardista maquinaria de la época, la última tecnología de Estados Unidos y Gran
Bretaña, como las norias de fundición o los motores a vapor de finales
del XIX, que se combinan con los geniales aeromotores americanos,
primera energía limpia en llegar al archipiélago, y que reforestó de
molinos las fincas insulares.
Con el siglo XX llegan los motores de
gas pobre, de diésel y semidiésel. Ahora sí que había fuerza para
bombear a profundidad. “Motores Tangye. Arranque en frío. Para aceites
pesados. No comprar ningún motor sin antes ver los nuevos modelos”,
anunciaba el distribuidor Hijos de Enrique Sánchez, en 1926. Aquellos
antiguos pozos de 20 a 30 metros que elevaban el caudal a fuerza de
vapor y viento, ahora viven una pre-época dorada a partir de 1924.
La luz llega un pozo de Telde En 1929 llega la luz a un pozo de Telde, gracias a la línea Sur de la Cícer. La instalación venía con bendición a cargo del cura Joaquín Romero, que le dio hisopo a un pozo de unos respetables 73 metros. Dice la crónica que la bomba eléctrica no solo subía elcaudal, sino que “lo lanza hasta un estanque situado a 22 metros por encima” de la sala de máquinas.
A esas profundidades la ingeniería es
cosa mayor. Además de las bombas, en aquella época accionadas por unas
varillas metálicas que llegaban hasta el fondo y cuyo movimiento es un
extra de peligro a lo largo de toda la oquedad, hay que añadir sistemas
de aireación por la presencia de CO2, que era detectado por los piqueros
que entraban a meter barrenos y sacar escombros con una luz de carburo
que se apagaba en presencia del gas. Y más novedades: “Ventilador, de 40
litros por segundo de aire fresco por obrero. Por seguridad, dos ventiladores, de 800 litros por segundo con motor de 10 caballos”.
Pero es de 1948 a 1965 cuando la isla
se hace gruyere. En 1979, existen 1.500 explotaciones, y en 2000, 2.100,
es decir más de un pozo por kilómetro cuadrado. El valor de su
construcción en ocasiones es incalculable, y solo asumible por las
comunidades de regantes, los heredamientos y los grandes exportadores de
plátano y tomate.
A los materiales que se encuentran en su recorrido, que van desde el endeble picón al más duro basalto se suma la electrificación, la sala de máquinas, los winches de elevación y sus kilométricos cables de acero, las continuas averías, los explosivos, del tipo Goma 2, y las amputaciones cuando no la pérdida de vidas humanas.
Las profundidades ahora son de
infarto. A diferencia de los modernos sondeos, en los que es solo un
tubo con una bomba el que es introducido en la corteza terrestre, el
característico pozo canario, con un diámetro de entre 2,30 a 3,0 metros
exige la presencia humana en su interior: no hay otra forma de abrir las
galerías que jalonan su recorrido vertical, y que a su vez llegan a ser
tan largas -existen de hasta 600 metros, o más- que la propia longitud
de la vertical. Es más, ahora las galerías comienzan a ‘tropezarse’
entre ellas, y propietarios de unos mismos pozos llegan a unir algunas
explotaciones entre ellas en el subsuelo. Todo ello a fuerza de barreno,
explosivo, pala y cacharrón, en un alarde que mezcla el ingenio, el
miedo y el tesón de una isla sometida a una sequía permanente.
El teldense Fernando Ojeda, ingeniero
industrial y uno de los mayores expertos en la historia del agua en
Canarias, afirma con retranca que los isleños llegamos a construir estos
pozos imposibles “porque somos raros”.
Una raza de cocúos sometidos a unas
condiciones geológicas, económicas y medioambientales que de alguna
manera coadyuvaron a la odisea. El vulcanismo de la isla complica la
retención del agua por su enorme porosidad y el círculo vicioso de la
sobrexplotaciónocasionó la bajada de los niveles del acuífero, lo que a
su vez obligó a buscarla a una mayor profundidad. Pero si las
dimensiones asustan, su densidad sorprende.
Un paseo de unos pocos kilómetros con
Ojeda por la autovía del sur es descubrir un pozo prácticamente a metros
unos de otros. Existen detrás de un centro comercial, cuando no en
medio, o pegado a una iglesia. A la vera de la carretera, aquí y allá,
con sus respectivos tomaderos, azudes, albarradas, canales, tuberías,
depósitos, estanques, y miles de kilómetros de acequias, organizadas a su vez por medio de cantoneras. Un
fenomenal tinglado hidráulico que provocó no pocos conflictos entre
propietarios que consideraban que el siguiente pozo robabael agua del
antiguo.
La búsqueda incluía el asesoramiento
de geólogos desde la década de los años 30 del siglo XX y la
localización de los caudales se realizaba en ocasiones mediante la
radiestesia, una pseudociencia que se basa en la supuesta capacidad de
un zahorí de detectar mediante una vara de madera el electromagnetismo
que genera el agua, por muy profunda que se encuentre.
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domingo, 5 de mayo de 2013
Fernando Ojeda: "Llegamos a construir pozos tan profundos en la Isla porque somos raros"
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